En realidad lo conocía de escaso tiempo,
coincidíamos por simple casualidad a diario.
Desde el primer día lo encontré de pie junto a la barra,
con una discreta mirada oculta bajo sus gafas,
fueron breves y escuetos encuentros,
miradas fugaces al descubierto
que a veces nos delataban.
La floristería de al lado mostraba sobre la acera
un alegre colorido con enorme variedad de plantas,
pétalos multicolores que transmitían
un alegre dinamismo a la concurrida plaza .
Me acostumbré a su grata presencia
aún sintiéndome observada,
un lenguaje suave y mudo sin acento en las palabras
que muchas veces presentía acariciaba mi espalda.
Miradas espontáneas o caprichosos horarios
que un buen día se modifican…
ocultando el motivo e ignorando su retraso.
Tras el cierre de la floristería,
la plaza perdió aquel peculiar encanto
la constante duda, unida al contratiempo
cambiaron de lugar y de escenario.
Jamás he vuelto a coincidir con él
es cierto que su ausencia me resulta todavía extraña,
ahora soy yo quién toma el café de pie junto a la barra
donde continúo encontrando miradas y más miradas,
atractivas y sorprendentes miradas
que oculto engreída bajo el color de mis gafas.
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